Un número maduro.
Quirosofía
¿Sanar? ¿Curar? ¿Prevenir?
¿Qué hace la Quiropráctica?
Cura. Sana. Previene.
Hace las tres cosas, ninguna de ellas y mucho más que esas tres cosas.
No juego con las palabras. Te cuento, punto por punto, cada uno de esos puntos.
Primero, hay que tener claro que curar y sanar no son lo mismo.
La curación implica la desaparición de los síntomas del malestar, dolor o enfermedad. Si me duele la cabeza, con un analgésico se me pasa ese síntoma. Pero, ¿desaparece la causa del síntoma? No necesariamente.
La sanación es, restitución de salud; no sólo al cuerpo sino a toda la persona, cuerpo, mente y emociones.
La sanación, ¿cura? Puede que sí. Pero, no necesariamente siempre. Al revés, tampoco; curar no significa obligatoriamente sanar. Se puede estar curado de una enfermedad, pero no sano. Y viceversa, estar sano sin estar curada la afección.
En principio y en general, la Quiropráctica puede curar las dolencias derivadas de problemas musculares y óseos, como dolor de cuello, dolor lumbar, osteoartritis y afecciones de los discos de la columna.
Sólo que, si bien la Quiropráctica genera alivio inmediato, para hablar de curación el paciente debe, por un lado, hacer de sus ajustes en la espalda un hábito; al menos una vez por semana. Por otro lado, y como cualquier otra práctica médica, la Quiropráctica es efectiva tanto en cuanto el paciente tiene otros hábitos saludables: alimentarse, descansar y ejercitarse bien.
La Quiropráctica lo que en realidad hace es eso, sanar. Es decir, al corregir los desajustes (o subluxaciones) en la columna vertebral, la cual es el eje desde el cual parte el sistema nervioso central hacia todo el cuerpo, permite que, lógica y precisamente, todo el cuerpo esté y se mantenga sano.
Así llegamos a lo más fácil de explicar, pero que en los pacientes encuentra mayor resistencia: la prevención. Desde el punto de vista de salud médica, esto es lo que mejor hace la Quiropráctica, prevenir.
Cosa sencilla de decir, porque consiste en llevar a cabo lo que he dicho en los dos párrafos anteriores: ir semanalmente al Quiropráctico y sostener hábitos de vida saludables.
Pero aún hay más.
En la medida que tu ajuste Quiropráctico se convierte en rutina de vida, te abres a otros aprendizajes que son, esos sí, más difíciles de explicar con sólo palabras.
Me refiero a las consecuencias “inesperadas” de una mejor calidad de vida que trae consigo la Quiropráctica: más energía, estado de ánimo excelente, mayor disfrute afectivo-sexual. Bienestar, en definitiva.
No en balde llamo a esta sección, Quirosofía. Lo digo con sinceridad y alegría; a mí la Quiropráctica me ha transformado: tengo no una buena vida sino la mejor, junto a los míos.
¡Es mi deseo más profundo, para ti también!
Quips
Las últimas,
Serán las primeras.
Hay funciones básicas, fundamentales. Es decir, que tienen que estar bien.
Esas funciones tienen su asiento, desde la perspectiva Quiropráctica, en las últimas vértebras de la columna vertebral.
Fíjate en la imagen. Vamos con las lumbares L3, L4 y L5.
Los nervios que salen de la vértebra lumbar L3, tienen que ver con el funcionamiento de los órganos sexuales, el útero, la vejiga y las rodillas.
Los nervios que salen de la vértebra lumbar L4, tienen que ver con el funcionamiento de la glándula prostática, los músculos de la parte inferior de la espalda y el nervio ciático.
Los nervios que salen de la vértebra lumbar L5, tienen que ver con el funcionamiento de las piernas, tobillos y pies.
Por tanto, al ajustarte la zona que ocupan esas tres vértebras lumbares, te garantizas, respectivamente:
- Funcionamiento sexual, menstrual y urinario adecuados. También el de tus rodillas.
- Funcionamiento prostático y de micción adecuados. También alivias o eliminas dolores de espalda y de ciática.
- Funcionamiento de la circulación sanguínea de tus extremidades inferiores adecuado. También las fortaleces.
Ajústate y sé el primero en disfrutar tu propio bienestar.
Equilibrium Vitae
Reconoce tus emociones,
En tus huesos.
¿Tienes dolor en el codo? Úsalo de todas maneras.
¿Inflamación de ciática? Ignórala.
¿Dolor de cuello? Toma un analgésico y hazlo pasar.
Sean cuales sean nuestros problemas músculo-esqueléticos, casi siempre reaccionamos buscando reducir el conflicto que nos producen, callarlos. Desconocerlos. Vale decir, no reconocerlos.
Pero escuchar los síntomas es, ¡fundamental! Si sufrimos un dolor psicosomático es probable que nuestro cuerpo quiera decirnos algo.
Nuestro aparato locomotor es muy claro al darnos señales de que tal vez nos estamos moviendo mal en nuestra vida, que tomamos decisiones en contraste con nuestra naturaleza, o que, más simple aún, estamos reprimiendo la ira, la ansiedad, el miedo, la tristeza.
¿Cómo entender si estamos ante un trastorno psicosomático o no? Lo primero que debemos hacer es analizarnos y comprender si los síntomas de nuestro malestar tienen causas externas en lugar de internas.
Muchas veces el dolor está relacionado con un sentimiento o estado de ánimo específico. Por ejemplo, los hombros o el cuello son el lugar donde somatizamos los pesos que llevamos, situaciones no resueltas.
A menudo se nos hace creer que el dolor físico y los problemas psicológicos son dos cosas separadas, que forman parte de dos esferas diferentes de nuestro cuerpo. De una se hacen cargo los médicos y de la otra, los psicólogos.
Nuestro cuerpo es uno. Lo que influye en nuestra psique afecta inevitablemente a nuestros órganos.
Nuestro estado psíquico puede tener un efecto concreto sobre el dolor que experimentamos, como el dolor articular y muscular. Diferentes situaciones pueden provocar estos dolores que se resuelven no tanto con antiinflamatorios - que sólo quitan el dolor y evitan que lo sintamos, bloqueando las vías nerviosas de transmisión -.
Con los analgésicos el problema se resuelve solo temporalmente, pero la causa subyacente de esos dolores no se elimina. La psicoterapia, en cambio, trata el problema de fondo.
- Ansiedad y dolores musculares
La ansiedad es una de las situaciones que más suele derivar en dolores musculares. Cuando estamos ansiosos, nos sentimos como ante una situación peligrosa y el cuerpo se prepara para escapar de dicho peligro. Aumenta el aporte de sangre a los músculos y estos quedan constantemente contraídos con el consecuente dolor a la larga.
Cuando estamos estresados tratamos de defendernos de una situación que no es la óptima para nosotros, y aunque no nos demos cuenta nos ponemos en una posición defensiva, arqueando los hombros y flexionando el cuerpo. Esta posición, no óptima para nuestro cuerpo, hace que los músculos del cuello se pongan rígidos y, con ellos, las articulaciones intervertebrales que, con el tiempo, provocan dolores cervicales.
La depresión conduce a una menor percepción del dolor porque el cuerpo trata de adaptarse a una situación que no estamos viviendo bien. Cuando estamos estresados el cuerpo nos hace sentir menos dolor. Al sentarnos en una posición incorrecta, por ejemplo, sentimos dolor y tendemos a movernos. Pero, si estamos estresados, sentiremos menos dolor de lo habitual y nos quedaremos atascados en esa posición. Si los músculos están bloqueados, en contracción permanente, tendremos una contractura.
- Miedo y dolores de espalda
Otra situación similar es cuando tenemos un miedo constante a algo (a tomar una decisión o miedo a afrontar situaciones) y uno de los síntomas físicos puede ser, el dolor de espalda.
Esto sucede porque, cuando tenemos miedo, nuestro cuerpo se prepara para luchar o escapar y asume, sin que nos demos cuenta, una posición de lucha en la que la espalda se arquea hacia delante. La constante contracción de la espalda provoca dolor en esta parte del cuerpo.
- Ira y problemas de espalda baja
La ira constante, manifiesta o reprimida, puede provocar dolor y uno de los más frecuentes es el dolor lumbar. Cuando tenemos ira tendemos a no sentir el dolor, a movernos constantemente y a intentar superar nuestros límites, incluso con movimientos arriesgados que pueden generar dolor lumbar y hasta una hernia discal.
Nuestra falta de capacidad para relajarnos conduce, qué duda cabe, a dolores que se reflejan en nuestra espalda.
Conocerlos y reconocerlos es igual a conocernos y a reconocernos.
Con otras palabras, a sentirnos bien con nosotros mismos.