Un dolor puede ser pasajero. A ese le damos poca o ninguna importancia.
Pero ese que se instala, se queda y nos hace pedir auxilio: ese es el dolor crónico.
El dolor crónico tiene en la Quiropráctica a su peor adversario. Veamos esto, poco a poco y por partes.
“Los quiroprácticos tratan a personas con problemas musculares y óseos, como dolor de cuello, dolor lumbar, osteoartritis y afecciones de los discos de la columna.
Hoy en día, la mayoría de los médicos practicantes mezclan los ajustes de la columna con otras terapias. Estos pueden incluir rehabilitación física y recomendaciones de ejercicios, terapias eléctricas o mecánicas y tratamientos con calor o frío.
Los quiroprácticos llevan una historia clínica de la misma manera como lo hacen otros médicos. Luego, hacen un examen de la persona observando:
- Fortaleza muscular vs debilidad
- Postura en diversas posiciones
- Rango de movimiento de la columna vertebral
- Problemas estructurales
Igualmente, utilizan el conjunto normal de exámenes ortopédicos y neurológicos comunes a todas las profesiones de la salud.”[2]
Quiropráctica y medicina clínica convencional se complementan y necesitan, como puedes ver.
Pero, además, lo que el Quiropráctico usualmente atiende es una amplia variedad de problemas que causan dolor crónico: ese dolor persistente, que dura entre tres y seis meses, que no desaparece.
Impresiona constatar el grado de efectividad que tiene la Quiropráctica en el tratamiento del dolor crónico.
Un estudio comparativo aplicado en un ambulatorio del servicio Nacional de Salud del Reino Unido, acerca del manejo que de la lumbalgia hace la Quiropráctica y una clínica del dolor, demostró que la reducción en la intensidad media del dolor fue mayor en el grupo quiropráctico de pacientes que en el de la clínica.
[3]
La Quiropráctica es comprobadamente recomendable para reducir los niveles de discapacidad y de dolor crónico de espalda.
Eso sí, así como el dolor crónico es persistente y duradero, el efecto de alivio sólo será perdurable si te ajustas regular y constantemente con el Quiropráctico. Una solución sólo es solución si permanece.
Eso te ofrezco en Equilibrium: mantente firme en el propósito de tener, tú y tus seres queridos, salud y bienestar.
¡Estoy a tu orden!
Me apoyaré en lo que al respecto dice la Federación Mundial de Quiropráctica (WFC, por sus siglas en inglés).
La WFC es una organización que cuenta actualmente con 92 países miembros y es reconocida por la Organización Mundial de la Salud (OMS), con quien mantiene relaciones oficiales y de trabajo, desde 1997.
Con sus propias palabras quiero hacer valer la importancia y efectividad que tiene la Quiropráctica en el alivio del dolor en la parte baja de la espalda (lumbalgia).
Esto es lo que formula la WFC, acerca del dolor de espalda:
“Existe una evidencia importante que apoya la inocuidad y eficacia del tratamiento quiropráctico en pacientes con los trastornos más frecuentes que se presentan en el ejercicio de la quiropráctica y con una alta incidencia en la población general:
Dolor de Espalda: Directrices internacionales y multidisciplinares basadas en la evidencia apoyan el tratamiento quiropráctico para el dolor lumbar no específico, tanto agudo como crónico, recomendando manipulación vertebral, medicamentos sin receta, ejercicio y una vuelta temprana a la actividad como las intervenciones más eficaces y rentables para la mayoría de los pacientes. Prácticas tales como el reposo durante demasiados días, terapias pasivas de maquinaria, medicamentos con receta e infiltraciones con esteroides no son recomendables debido a su falta de eficacia y/o efectos secundarios. El tratamiento debe seguir un modelo biopsicosocial como, por ejemplo, las Directrices Europeas para el Dolor de Espalda -
www.backpainEurope.org -.”[5]
Fíjate que la misma Federación indica la conveniencia y necesidad de complementar la Quiropráctica con, para el caso de la lumbalgia, hacer ejercicio.
Insisto en esto. La Quiropráctica logra grandes cosas en tu salud. Pero esta, de quien depende es de ti: de ajustarte la espalda; de alimentarte bien y de ejercitarte.
Esas tres cosas te darán salud y bienestar, en la medida que seas constante con ellas.
Y su efecto, será duradero.
Escribo en Google la frase: “El amor duele”.
En la primera página aparecen doce enlaces. Cuatro de ellos me dirigen a vídeo-canciones. Los descarto. Me quedo con los otros ocho vínculos.
De esos ocho, cuatro afirman que duele; dos dicen enfáticamente que no y los otros dos, repiten la pregunta, ¿El amor duele?; así, como dando a entender que no, que no es posible que duela.
Entonces, ¿en qué quedamos? ¿Duele o no duele?
Yo, por mi parte, digo que sí. Y digo que no.
No es una respuesta ambigua. Sostengo firmemente ambas cosas:
que puede doler y que no debe doler.
Para empezar, desde el punto de vista empírico, científico, el amor sí duele.
En un estudio llevado a cabo en el Albert Einstein College of Medicine de Nueva York, un grupo de investigadores halló que el área tegmental ventral (ATV), localizado en el cerebro medio, se activaba en individuos a los que se les mostraba la foto de una persona querida.
Al activarse, el ATV libera dopamina, un neurotransmisor del cual ya hemos hablado antes aquí, que está relacionado con la excitación, la motivación y el deseo.
Pues bien, durante los primeros tiempos de enamoramiento se producen niveles elevados de dopamina, y el cerebro se adapta a esos nuevos niveles que el “estimulante” le aporta.
Pero también se ha descubierto que, luego de un rompimiento amoroso, además del ATV se activan la corteza prefrontal y orbitofrontal, que están involucradas en la regulación de las emociones, la adicción y la ansiedad.
Este y otros estudios han establecido que:
“Algunas áreas cerebrales que se activan durante el dolor físico también lo hacen durante un dolor social - el provocado por la relación entre las personas -, lo que resulta en un malestar corporal. Ésta podría ser la razón por la que sentimos un dolor en el pecho cuando somos rechazados románticamente.
Con estas evidencias se podría decir que el amor es una droga endógena, y el desamor, un tipo de abstinencia, pero los rompimientos (casi) siempre se pueden superar sin problemas, aunque cueste un poco.”[7]
¿Qué tal?
Vale, estamos de acuerdo. Pero hasta aquí.
Porque, desde el punto de vista psicológico
el amor es una decisión que tiene que ver con nuestro grado de autoestima. Esto es, con la realización (o no) de nuestra propia identidad.
A mayor grado de dependencia que tengamos con otra persona, menor autoestima; y, en consecuencia, menor identidad propia.
Con otras palabras, llegado el momento de la separación o, también, de un disgusto – lo cual entraña cierto grado separación o ruptura, sin llegar a ser definitivo – con la otra persona, dolerá mucho, poco o nada.
Dependerá de qué y cuánto le hayamos permitido al otro.
Si mi autoestima está a merced del otro, dolerá. Mucho. Y por bastante tiempo.
Pero aceptarme quien soy y al otro como quien es, no produce dolor. Al contrario, alivio. Paz. Eso, aceptación. Libertad.
A la hora del desacuerdo o peor, de la des-unión, si llegara, será más un ejercicio de libertad: la que se siente al saber que cada uno tiene que seguir su propio camino. Antes juntos ahora por separado.
Pero camino propio, siempre. (Y, por cierto, qué paradoja, no exento de dolor).
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No es lo mismo un amor del que duele separarse,
que el dolor que causa un amor que se separa de uno. Que se fue.
Paco: amigo de infancia, de aventuras, del colegio, de juventud y de familia. Del alma.
Dimas:
desde el colegio hasta la radio, voz alegría, energía inagotable.
Adiós y bienvenidos al por siempre y para siempre.